Confianza

(Jeune fille à la fénetre. Balthus)

«Esto sé, que Dios está por mí.» Salmo 56:9b.

He esperado en un café a una buena amiga por hora y media; he esperado en una fila dos horas para realizar un absurdo trámite burocrático; he esperado en la sala de urgencias de un hospital lo que me pareció una eternidad. No, no es la espera lo que me parece difícil, es la incertidumbre.

Me es fácil entender, sin conceder, porqué algunas filosofías dicen que la felicidad es la ausencia de deseos. Cuando anhelaba algo como ahora, y no estaba en mis manos el satisfacer ese anhelo, me era muy fácil caer en ansiedad. ¿Me concederá Dios esta petición? El tener que esperar por la respuesta ya no es agobiante.

Ejercitar la confianza en Dios no ha sido fácil para mí. Han sido largas sesiones teórico-prácticas. En los últimos años me he visto en varias situaciones donde he tenido que esperar largos periodos para poder ver la respuesta de Dios, que por cierto, no siempre es la que me gustaría, pero a la larga, siempre ha sido la mejor.

Confiar en Dios, para mí, va más allá de la emoción que siento después de escuchar mis alabanzas favoritas, o del asombro al oír lo que Dios ha hecho en la vida de alguien más, lo cual es muy bueno; pero lo que está desarrollando en mi una inamovible y perenne confianza en Dios, es conocerlo.

Y es que nadie en su sano juicio le confiaría algo de valor a un desconocido, independientemente de la condición social, raza, género, edad, gustos o circunstancias de éste. Lo que nos hace confiar en una persona es el saber que es digna de esa confianza, y lo que la hace digna, es su carácter.

El carácter de Dios es tal, que mientras más estudio sus rasgos, medito en ellos y los compruebo en mi relación con Él, más crece mi confianza.

No importa lo que venga, sé que Él es verdadero, bueno, soberano… para mí Él es suficiente.