Pláticas de mujeres

(A la caída de la tarde. Tomás García Sampedro)

Una de las cosas que más me alientan es ver la obra de Dios en la vida de alguien, especialmente de un ser amado.

Esta semana tuve la oportunidad de ver cómo Dios ha obrado en una vida de tal manera que se ha convertido en una mujer ejemplar, no porque ya sea perfecta sino porque reconoce que no lo es y mantiene una actitud humilde y enseñable que le permite crecer día a día.

Pasamos horas hablando: hablábamos al arreglarnos, al preparar los alimentos, durante la comida, mientras conducía, por la noche y hasta entrada la madrugada. No faltará quien, al saber que somos mujeres, dirá que es algo normal, pero aquí debo mencionar que procuro seguir el consejo de Shakespeare de prestar mis oídos a todos y a pocos mi voz. No disfruto de hablar por hablar.

Lo que hacía diferente estas pláticas era que edificaban, no eran un simple intercambio de conocimientos, lo cual ya es en sí ganancia; para mí resultaba asombroso ver una mente renovada, una vida transformada: La obra de Su Espíritu.
Con su ejemplo retó mi vida a no conformarme, a buscar crecer en el conocimiento de Dios y Su sabiduría y a nunca creerme una obra terminada; me inspiró para procurar los dos atributos con los que Jesús se describió a sí mismo: mansedumbre y humildad.

Para los que no sepan de quién hablo he aquí una descripción:

Sobre todas las cosas ama a Dios y busca el conocerle y agradarle.
Obedece lo que dice a Palabra no por emoción sino por convicción.
Fielmente examina todo y retiene lo bueno.
Inteligencia, conocimiento y sabiduría busca cada día.
A veces tropieza pero sigue adelante, más fortalecida cada vez.

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