Comparto fragmentos de “Invitación a la cortesía”.
«La cortesía se asemeja a los papelillos con que se rellenan las cajas para embalar porcelana: “al parecer, los papelillos para nada sirven; pero sin ellos se rompería la porcelana”. Lo más fino, lo más diáfano, lo más exquisito del vivir, se haría pedazos sin esta suave inutilidad de la cortesía. Ella resguarda y pone a salvo la porcelana de la convivencia…
Ya sabemos que nadie es perfecto. Sabemos que nosotros mismos no lo somos. Y así como nos resulta grato que los demás disimulen benévolos nuestras fallas y busquen nuestro lado favorable, debemos tomar ante los otros la misma actitud y brindarles el mismo bienestar.
Es ineludible que haya personas que nos molesten, reuniones y circunstancias que nos fastidien. La cortesía mediocre manda que no externemos allí tales sentimientos. Pero la cortesía superior manda que no los externemos ni allí ni después: ni en presencia ni en ausencia…
…Y lo que es cortesía en lo pequeño, en lo grande es heroísmo… El que deja su asiento para aliviar al que se cansa, es, en germen y signo, el que se arroja al mar para ayudar al que se ahoga…
…Causa pena, en las nuevas generaciones, la falta general de nobles modales: gritos y estridencias, burdos comentarios en alta voz, zapatos sobre el asiento. Ni consideración para las damas ni miramiento para nadie. Se mascan el chicle y la ordinariez.
¿No nos vendría bien una cruzada por la cortesía? En la escuela, en la radio, en la televisión, en la prensa. ¿No podríamos infundir y difundir el amor a estos sumos valores inmateriales, el apego a esta egregia tradición de nuestra estirpe?
La verdadera cortesía es… Más que una forma, un espíritu. Busca dignificar la convivencia. Dulcificar la convivencia. Con la suave inutilidad de los papelillos, salvar la porcelana.
Evita las siguientes faltas:
Pisar fuerte y con ruido el entrar en una casa a deshora, a un espectáculo, a una reunión, para hacerte el interesante.
Hablar en voz alta.
No obedecer las indicaciones sobre la prohibición de fumar.
Llamar a las personas por apodos: el bizco, el cojo.
Ventilar ante desconocidos asuntos íntimos.
Hablar de cosas sucias, especialmente a la hora de la comida.
Echar bravatas: el verdadero valor no se demuestra así.
Arrojar basura en la calle.
No ser formal en las citas.
Ser desaseado. Alguien dijo que “el aseo es la elegancia del pobre”.
No ceder el asiento a las damas.
Andar precipitadamente. Lord Chesterfield decía: Un caballero nunca está de prisa.
Cruzar a la mitad de la calle y no en las esquinas.
No obedecer las señales de tránsito.
Hacer preguntas indiscretas.
Ser patrioteros, mentirosos y pedantes.
Ser claridosos.
Tutear a los empleados por considerarlos inferiores a nosotros.
Menospreciar a las personas que llevan humilde indumentaria.
Pasar las páginas de un libro ensalivándose los dedos».